Esta es mi felicidad - La letra corta

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17 de julio de 2017

Esta es mi felicidad

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Foto: Alejandro A. Madorrán Durán

Por Eduardo Pérez Otaño

-Mira periodista, tú lo que tienes que hacer es probar una vez y verás que eso es la vida misma.

-Así mismo hermano. Se te van a olvidar todos tus problemas, vas a ser feliz de verdad… -reafirmó el amigo.

-Oye periodista, esta es mi felicidad, y nadie me la va a quitar, ¿tú sabes?

Marlon tiene 17 años. Hace días que no se baña. Se le nota. Se percibe también por el olor. Rafael, el Rafa, como le dicen al amigo, anda siempre con él. Son uno.

El reloj marca las dos de la madrugada. Es el parque G, en el segundo corazón de La Habana: el Vedado. También es viernes.

Hace algunos años esta avenida, nombrada “de los Presidentes”, se convirtió en refugio ideal para frikis, mikis, hippies, emos, vampiros sexuales, y toda una amplia variedad de nuevos “descarriados”. Para muchos, este parque se convirtió en un verdadero laboratorio social.

Me arriesgo a contar una de las tantas historias que he escuchado desde que trabajo en la cafetería predilecta del parque, como le llaman ellos. Pregunto, o eso intento, buscando algo que me permita dar forma al relato.

El Rafa siempre habla un poco más, como cuidándolo. A lo mejor por eso de que es un poco mayor que Marlon. Le paga algunos jugos y lo reanima cuando casi a punto de amanecer se aparece con algún bajón, como le dicen, cuando la falta de comida y el alcohol hacen sus estragos.

-Mira periodista, aquí todo el mundo se echa sus goticas, se pone a millón, ya tú sabes…

Es buena gente. Con una historia de miedo, a veces muy real, a veces medio mítica. Pero de esas sobran por estos lares.

Según el Rafa, la madre no quiere saber de él desde que el padre de Marlon por poco la mata en una golpiza. Él, en defensa de ella, le calló a batazos mientras dormía. Resultado: quince días en coma.

-La abuela es la única que se hace cargo de él- , me dice el amigo como esbozando una justificación- pero ya está vieja y no puede con sus inventos.

La noche comienza para ellos. A esta hora apenas queda sitios en los bancos y aceras. Muchos años después de que G se convirtiera en centro importante para estos muchachos, sigue representando su único espacio de libertad.

Viven como en una cofradía. Se conocen. Los que más tiempo llevan viniendo tienen sus zonas preferidas. Descubren si hay un nuevo infiltrado. Cuando se pone aburrida la madrugada caminan por la calle 23 o bajan hasta el malecón.

-¿Y por qué vienes al parque G?, le pregunto, creyendo saber la respuesta.

-Porque es lo mío periodista, esto es lo mío. Oye, asere, voy bajando…

Nos despedimos hasta que vuelvan a darse una vuelta una o dos horas más tarde. Quizás entonces no se acuerde de mis preguntas. Tampoco de que soy un dependiente-periodista que quiere escribir algo sobre él para un sitio digital. Puede que venga con unas goticas de más, de esas que lo ponen feliz. (Publicado en www.eltoque.com)

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